Fundamentos de la Ley 13062

 

 

 

            Océanos de tinta han inundado las páginas de la historia política nacional para reflejar la vida de Juan Domingo Perón, como el hombre que signó los acontecimientos sucedidos en el país durante el siglo XX, influencia que aún hoy perdura.

            Amado por sus partidarios y odiado por sus opositores en el primer y segundo mandato presidencial, regresó a nuestra tierra luego de un prolongado exilio, para constituirse en prenda de unión entre los argentinos.

            “Madrid está allá lejos, resplandeciente bajo el sol de su invierno. Pienso que daría diez años de la vida (...) a cambio de un día, un solo día de Juan Perón. A cambio, por ejemplo, de aquella jornada de octubre, cuando se asomó a la Plaza de Mayo y recibió, en un bramido inolvidable, lo más limpio y hermoso que puede ambicionar un hombre con vocación política: el amor de su pueblo” (El ‘45”. Félix Luna, Ed. Sudamericana, 1986, pág. 491)

            La muerte lo sorprendió el primer día de julio de 1974, cuando la tarea de construir una nación justa, libre y soberana revelaba la obsesión que lo acompañó toda su existencia.

            A partir de aquel momento, la doctrina que creara continúa más presente que nunca en el corazón de cada mujer y hombre trabajador, aunque los sinsabores del devenir político e impunes manos criminales no hayan permitido aún realizar en plenitud el homenaje que, como los grandes líderes de la historia, merece.

            Así, desde el sepulcro erigido por Artemisa en honor de Mausolo, los pueblos del mundo cobijaron en los mausoleos no solo los restos físicos sino también la cosmovisión de ideas que representaba el prócer, haciendo de ello un motivo de peregrinación permanente al sitio de su emplazamiento.

            En tal sentido, qué argentino no rememora al general José de San Martín cuando visita su mausoleo en la catedral de Buenos Aires, y la hazaña que significó la conducción de los pueblos americanos hacia su liberación.

            De esta manera, las actuales generaciones debemos a Juan Perón un ámbito adecuado de homenaje permanente, para que de su actual sepultura en un cementerio municipal porteño pase a descansar en jurisdicción de la provincia de Buenos Aires, tal como fuera su pública voluntad.

            “En primer lugar quiero confesarme que jamás he dejado de ser humilde, como humilde es este pueblo y como humildes son todos ustedes. Que jamás he dejado de pensar que el único destino con que los hombres aman a su tierra es haciendo todos los días algo por engrandecerla y por dignificarla, yo no sé si el destino de los tiempos me ha de permitir cerrar los ojos con el mismo amor a la responsabilidad de servir y con la misma conciencia de haber realizado en mi vida muchas obras de bien; pero sí quiero decir que quizá, como el primer aliento lo recibí en esta bendita tierra de Buenos Aires, quisiera que el primer postrer suspiro estuviese también dedicado a las entrañas de esta tierra generosa que nos vio nacer” (Discurso de J. D. Perón, 25/10/53)

            Entonces, más allá de las discrepancias documentales de los investigadores históricos acerca de la localización exacta de su nacimiento, es que en la quinta de San Vicente donde junto a Evita pasara sus momentos más felices, así después de la épica jornada de octubre o también luego de sus largas horas trabajando en la acción de gobierno.

            El descanso y el sosiego que el general lograba en San Vicente es un símbolo que la presente iniciativa intenta plasmar, como el que encontraba el líder justicialista al sembrar los innumerables árboles que pueblan la quinta, dejándonos un inequívoco mensaje para que de la misma forma crezca en cada alma argentina la semilla de la justicia social.

            Acerca de la compañera Evita, las palabras se transforman en cáscaras que no pueden describir y contener tanta pasión militante. Mares de adjetivos han intentado fijar para las generaciones su paso por este mundo, resultando en consecuencia vano efectuarlo en las presentes páginas.

            Tan solo decir que su acción revolucionaria, apagada nada más que a causa de un fuego llamado cáncer –celebrado por la ignominia en los muros porteños- se proyectó en décadas trazadas sin razón, que atentaron contra su cuerpo sacralizado gracias al amor del pueblo.

            Así, el descanso de la abanderada de los humildes debe ser junto a Perón, en el lugar donde ambos soñaron un futuro para los argentinos.

            “En esta última tarde, cuando regresé del balcón, advertí que no existe la muerte. No morirá jamás quien pueda sentir lo que yo sentí frente a mi gente. Yo sé que solo Evita me entendería. Sé que cuando alguien muere, desaparece del mundo de los vivos. Espero tener ese raro privilegio, del que goza Evita, de no morir, de permanecer como bandera en ese pueblo que tanto amamos, y al que yo me entrego –descarnado- acatando los designios de la Providencia” (“Yo Perón”. Enrique Pavón Pereyra, Ed. Milsa, 1993, pág. 445)

            Por lo expuesto, vengo a solicitar al H. Cuerpo la aprobación del presente proyecto de ley.