Fundamentos de la

 Ley 12107

 

l. El carácter de prócer benemérito.

Los títulos honoríficos, como en general las expresiones de larga tradición pública en el lenguaje cultural, jurídico, protocolar, etcétera, sufren por su empleo prolongado un proceso de degradación semántica, que termina desdibujando su significado original en el entendimiento de la ciudadanía. Conviene por ello revitalizar el sentido de la denominación prócer benemérito, que ahora otorgamos al general Lucio Norberto Mansilla, para evitar que homenaje tan justo sea considerado como una mera fórmula de retórica vacía.

Benemérito es un calificativo que deriva del giro latino bene merere, (literalmente "merecer bien” o "tener buenos méritos”), usad, específicamente en expresiones como bene merere de re publica, “prestar buenos servicios a la cosa pública, al interés de todos”, es decir, “al Estado, a la comunidad”.

Prócer, “alto”, “grande”, “eminent”, “elevado”, también tiene origen latino: proceres eran los “ciudadanos más destacados” Su etimología está relacionada con procerus, “de gran talla”, adjetivo compuesto, a su vez, del proverbio pro y el verbo cresco, por lo cual significa propiamente: “que crece hacia delante”.

Encarnados en la vida histórica concreta de un pueblo, los sentidos de ambos términos se explican y complementan mutuamente: es prócer quien aquilata buenos méritos por sus servicios a la república y esos méritos agrandan su figura hacia adelante, la proyectan hacia el futuro, lo convierten en guía paradigmática para sus conciudadanos.

En nuestros tiempos tan urgidos de modelos, resulta oportuno y necesario destacar la ejemplaridad cívica del general Lucio Norberto Mansilla. Por eso este homenaje.

 

II. Tanto en la guerra como en la paz. Lucio Norberto Mansilla nació en Buenos Aires, a la sazón cabecera del Virreinato del Río de la Plata, en la fecha hoy tan entrañable del 2 de abril de 1792 y murió el 10 de abril de 1871 en la misma ciudad, que pocos años más tarde nuestra Provincia cedería generosamente para capital de la República, en aras de la unidad nacional.

No resulta pertinente detallar aquí con minuciosidad la cronología de su nutrida actuación pública, pero sí destacar los hitos fundamentales que lo acreditan como un patriota esclarecido tanto por su valerosa participación en las luchas por la independencia, la soberanía y la unidad nacional como por su menos conocida pero igualmente valiosa actividad en las funciones de gobierno.

Gobernador electo por la Legislatura de Entre Ríos, rigió los destinos de esa Provincia desde 1821 hasta 1824, dándole un estatuto constitucional, ordenando la Administración Pública y realizando una obra comparable a la que por ese entonces se estaba desarrollando en la provincia de Buenos Aires. Fue reelecto, pero no aceptó el cargo sino la diputación al Congreso Nacional que se reunió en Buenos Aires en 1824. Consecuente con su afán de estabilizar institucionalmente el país, por encima de las enconadas luchas internas, fue también diputado por La Rioja a la convención Nacional de Santa Fe (1828), asamblea de origen federal. Tras el golpe del 1 de diciembre de ese año, por el cual Lavalle derrocó al gobernador Dorrego, se retiró a la vida privada hasta que el gobernador Viamonte lo nombró jefe de Policía de Buenos Aires en 1833, cargo en el que realizó notables mejoras para la ciudad: creó el cuerpo de serenos, ordenó las disposiciones relacionadas con la vigilancia y se preocupó de las obras públicas, principalmente el muelle de pasajeros y el camino de la Boca. Renunció en 1835. Desde entonces y hasta 1844, por sucesivas reelecciones, fue legislador en la Sala de Representantes, cuna de nuestra actual Legislatura.

Su participación en los combates contra los adversarios de la patria que nacía y daba sus primeros pasos fue tan intensa como heroica: desde las invasiones inglesas, donde acompañó a Liniers, hasta la Vuelta de Obligado, principio y fin que sintetizan su clara posición frente al enemigo tradicional. Luchó contra los portugueses en la Banda Oriental (fue gravemente herido en combate cuando asaltó la fortaleza de El Quilombo) y contra el Brasil en Ombú, Camacuá e Ituzaingó. Alistado como capitán del Ejército de los Andes, combatió en Chacabuco y Curapaligüe. Rosas le encomendó su última misión militar: organizar la defensa de la Buenos Aires en vísperas de Caseros.

 

III. La Vuelta de Obligado.

También Rosas le había confiado lo que sin duda constituyó su acción guerrera más gloriosa: organizar la defensa del Paraná, custodiando la soberanía del país y su integridad territorial contra la escuadra anglofrancesa. Con fuerzas muy inferiores, sus baterías en la Vuelta de Obligado opusieron tal resistencia al invasor que, a pesar de que logró forzar el paso -con sensibles pérdidas materiales y humanas- a partir de ese momento las aspiraciones de aquellos imperios europeos por conquistar el territorio nacional se disiparon ante la formidable resistencia de los patriotas.

Esta acción (20 de noviembre de 1845) le valió a Mansilla, herido en la batalla, ser considerado junto con los generales Pacheco y Urquiza como una de las columnas de la Federación. Pero sus consecuencias estratégicas proyectan su trascendencia mucho más allá de las circunstancias innegablemente heroicas: San Martín, enfermo, lamenta no haber podido “nuevamente ofrecerle mis servicios” frente a la “injustísima agresión y abuso de la fuerza de Inglaterra y de Francia” (carta a Rosas, fechada en Nápoles el11 de enero de 1846).

En realidad, la clara conciencia del Libertador acerca de la imprescindible independencia argentina es el fundamento inicial de que hoy celebremos el 20 de noviembre como Día de la Soberanía Nacional.