Fundamentos de la Ley 13532

 

 

 

Haroldo Conti nació en Chacabuco, provincia de Buenos Aires el 25 de mayo de 1925. Fue maestro rural, actor, director teatral aficionado, seminarista, empresario de transportes, piloto civil, profesor de filosofía. Estuvo también vinculado a la actividad cinematográfica como guionista, y en calidad de tal trabajó en La muerte de Sebastián Arache, un film de Nicolás Sarquis. Su novela Alrededor de la jaula recibió en 1966 el premio del concurso hispanoamericano convocado por la Universidad de Veracruz, y fue más tarde llevada al cine por Sergio Renán con el nombre de Crecer de golpe. Recibió también el premio de la Casa de las Américas por Mascaró, el cazador americano, el premio de la revista “Life”, Fabril Editora y el municipal de la Ciudad de Buenos Aires.

Su obra narrativa, nutrida en sus tan disímiles experiencias, posee una rara densidad descriptiva que por momentos se torna casi lírica, y un manejo poco usual del mundo de los afectos simples, que elude todo sentimentalismo fácil.

Fue secuestrado en 1976 por la dictadura militar y hasta el día de hoy permanece en la lista de desaparecidos.

Entre sus obras:

Novelas:

·                                ·         Sudeste (1962)

·                                ·         Alrededor de la jaula (1966)

·                                ·         En vida (1971)

·                                ·         Mascaró el cazador americano (1975)

Cuentos:

·                                ·         Todos los veranos (1964)

·                                ·         Con otra gente (1967)

·                                ·         Perdido

·                                ·         La balada del álamo Carolina (1975)

            Biografía extraída parcialmente de “El cuento argentino” 1959-1970 publicado en la colección Capítulo.

            Haroldo Conti: Contar como cantarle al río, a la tierra, al cielo por Rosana Gutiérrez “No sé si tiene sentido pero me digo cada vez: contá la historia de la gente como si cantaras en medio de un camino, despójate de toda pretensión y canta, simplemente canta con todo tu corazón: que nadie recuerde tu nombre sino toda esa vieja y sencilla historia” (1).

            Mayo es el mes del otoño por estos lados del mundo. Haroldo Pedro Conti, nació un 25 de ese mes, en el año 1925. Día patrio en que la gente de Chacabuco, su pueblo, lucía en sus solapas izquierdas, la escarapela celeste y blanca. Un pueblo de la provincia de Buenos Aires en todo semejante a otros, trazado en un papel y reproducido luego sobre la inmensa pampa argentina, esa de majestuosa tristeza, un pueblo al que Haroldo luego le daría vida en sus cuentos y en sus personajes.

            También fue en mayo, una noche del quinto día en el año 1976, en que la intolerancia irrumpió en su casa, de la mano de unos diez hombres pertenecientes al Batallón 601 de Inteligencia del Ejército Argentino; anestesiando a los niños que dormían, encapuchando a Marta Scavac, la mujer de Conti, destrozando libros, documentos y fotografías, saqueando todo lo que pudiese ser vendido y llevándose a Haroldo y a un compañero que estaba ocultándose en la casa de la Calle Fitz Roy, esa que luego fuera vendida con un poder falso y que la familia Conti no pudo recuperar jamás.

            En los días anteriores al secuestro, Haroldo había colocado en su escritorio, un cartel escrito en latín que decía: Hic meus locus pugnare est et hiñe non me removebunf ¿Cuántos naufragios sufrió mi hermano Haroldo, además de aquel que le rompió el barco contra las costas del Brasil? ¿Cuántas veces creyó descubrir, en la bruma, la perdida nave azul? ¿Cuántas veces se reventó contra las rocas? ¿Para qué escribe mi hermano Haroldo si no es para salvarse y salvar lo que merece ser salvado? (…) ¿Encontrarás lo que venís persiguiendo, un mediodía cualquiera en el centro de las aguas o del cielo? ¿O has descubierto ya que tu navío imposible viaja por los caminos del jodido mundo? ¿Es dura la travesía, hermano? ¿Andar duele?. Al final del recorrido no está la eternidad sino nosotros (…) ¿Está muerto? Quien sabe. Hoy hace una semana que lo arrancaron de la casa. (2)

            La infancia en Chacabuco, junto a su padre Pedro Conti, tendero ambulante y caudillo fundador del partido peronista de su pueblo, lo hizo conocer la vida de campo que con tanta exactitud y belleza retrataría luego en sus relatos.

            Luego de un frustrado intento de don Pedro de afincar a la familia en Buenos Aires, regresaron al pueblo para vivir una vida vagabunda. Fue allí donde su madre, Petronila Lombarda logró internarlo en el Colegio Don Bosco de Ramos Mejía, donde cursó sus primeros estudios, luego fue maestro en una escuela primaria de General Pirán y en 1944 ingresó en el Seminario Metropolitano Conciliar de Villa Devoto, donde desarrollaría su veta creativa pintando y dibujando las tapas de la Revista Solidaridad, editada por el padre Hernán Benítez y organizando obras de teatro.

            En el segundo año, descubrió que había cosas muy opuestas a fas que para él implicaba el sacerdocio, se rebeló y abandonó el seminario.

            “… Estudió de sacerdote, con sotana y todo. Leía muchos libros misionales, libros escritos por misioneros. Me imaginaba en algún confín del mundo redimiendo infieles (…). Finalmente, todo eso acabó: tuve una gran crisis religiosa y volví a mi pueblo. Cada persona tiene destinado un paisaje y debe coincidir con él”. (3)

            Luego de esa decisión fue empleado bancario, aviador civil, y camionero, llevando una vida bohemia alternada con sus estudios en la Facultad de Filosofía y Letras. Por esta época conoció las islas del Tigre, lugar que no abandonaría jamás y fue escenario de muchas de sus historias.

            Se recibió en 1954 y comenzó, por entonces su interés por el cine, realizando trabajos como asistente de dirección en la película La bestia debe morir, del director Román Vignoli Barrete y escribiendo el guión de La muerte de Sebastián Arache y su pobre entierro, de Nicolás Sarquis.

            “En todos mis libros yo he visto a los personajes como parte de una película; yo necesito encarnarlos, pensarlos como seres vivos, darles cara y cuerpo para poder escribir sus historias”. (4)

            En 1955 se casó con Dora Campos, madre de sus hijos Alejandra y Marcelo. Al año siguiente recibió el premio de Ofat por Examinado, una obra de teatro de un acto, que fue seleccionada para ser leída en las tertulias del Teatro Odeón.

            Con su relato La causa ganó un premio otorgado por la revista “Life”, en 1960, obra un tanto pretenciosa, enrolada en la tradición reformista, característica de los escritores liberales que sostenía una censura manifiesta contra la lenta vida pueblerina y la política criolla conservadora.

            Fue en estos años que se recluyó en el Tigre y comenzó a fabricar su pequeño barco El Alejandra, que inspiró la escritura de su primera novela Sudeste, la que quedó terminada antes que su velero y recibió en 1962 el premio Fabril. En Sudeste, Conti comenzó a perfilar las características distintivas de su obra posterior, generación de climas sin demasiados sobresaltos, lenguaje sensible, coloquial y plagado de imágenes poéticas, la escritura como una amiga que acompaña la vida con personajes vinculados a su medio, ligados a los lugares de la historia personal del escritor.

            Al igual que en el libro de cuentos “Todos los veranos”, que ganó en 1964 el segundo premio municipal, ese sitio fue las islas del Delta que Haroldo recorrió en su barco en épocas de vagabundo y escritura alternados.

            “… Una madrugada salió por fin a río abierto, en busca del pejerrey, eximo si marchara a una lucha. Aunque la lucha fuese más bien contra el tiempo y el agua y la suerte negra, porque el pejerrey es un pez inofensivo. Y esto mismo tampoco es una lucha, si se mira bien, porque el río teje su historia y uno es apenas un hilo que se entrelaza con otros diez mil.” (5)

            En esa época se afincó en Buenos Aires y comenzó a trabajar en la docencia, tareas que continuaría, hasta el último día de su vida.

            Pero la ciudad no era el ámbito propicio para un espíritu libre como el de Haroldo y de vez en cuando necesitaba escapar.

            Como tripulante del Atlantic, hizo varios viajes a Brasil. En uno de ellos naufragó en la costa uruguaya y en el puerto La Paloma descubrió un mundo de trotamundos y marinos de quienes se hizo muy amigo y serían luego convertidos en personajes de su gran novela “Mascaró”.

            En 1966 publicó la novela Alrededor de la jaula, que ganó el premio de la Universidad de Veracruz (México), historia de gente solitaria, ambientada en la zona del puerto de Buenos Aires, esa franja donde la ciudad y el río se encuentran. Es esta una novela sobria, austera, de tono contenido, cargada de nostalgia. Sus personajes, el viejo Silvestre y Mito son seres taciturnos y sufridos, pero en ellos vive un gran espíritu solidario.

            Este libro fue llevado al cine bajo el título de Crecer de golpe, con dirección de Sergio Renán y guión de Aída Bortnik.

            “… Hacía un par de días que el cielo estaba cubierto y de vez en cuando llovizbana. Sobre el río se podían apreciar los distintos tonos de grises, en cambio entre los edificios, sobre la ciudad, el gris del cielo o lo que fuera, podía pasar muy bien por otra pared. Después de mirar un rato hacia el horizonte a uno le brotaba de adentro una especie de congoja, no algo triste exactamente sino un deseo incierto, como si debiera hacer otra cosa o estar en otra parte o echar a andar sin volver la cabeza…” (6).

            Desde 1967 a 1976, Conti se desempeñó como profesor de latín el en Liceo Nacional Nro. 7 de Buenos Aires. Luego de su desaparición, durante dos años se le siguieron computando las ausencias y recién a mediados de 1979, el Ministerio de Educación, envió al establecimiento una notificación que lo declaraba cesante por abandono de tareas.

            En 1967, el mítico Centro Editor de América Latina, publicó el libro Con otra gente, donde se recogían algunos relatos de Todos los veranos y en 1971, la novela En vida. Los personajes de este libro son gente simple, resignada, que habla de lo incierto del futuro, el dinero, el amor, la amistad, la salud, la vida misma, con sus alegrías ocasionales. Hombres duros, solitarios, que habitan el bajo de Buenos Aires, próximo al río, zona de bares y prostíbulos.

            “Yo soy escritor nada más que cuando escribo. El resto del tiempo me pierdo entre la gente. Pero el mundo está tan lleno de vida, de cosas y sucesos, que tarde o temprano vuelvo con un libro. Entre la literatura y la vida, elijo la vida. Con la vida rescato la literatura; pero aunque no fuera así, la elegiría de todas maneras”. (7)

            En vida recibió el premio Barral en España de manos de un jurado integrado, entre otros, por Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa.

            En este mismo año, luego de separarse de su mujer, fue nombrado jurado del premio Casa de las Américas e hizo su primer viaje a Cuba, lo que cambiaría su concepción de la vida y también su escritura. Cuba fue, fundamentalmente su contacto con el continente, comenzó a cuestionarse el carácter localista de su obra y a darle un perfil más americano.

            Al año siguiente se unió a Marta Scavac, madre de su hijo Ernesto, quien había sido alumna suya en el liceo y fue su compañera hasta el final. En esos tiempos Conti rechazó una invitación a participar en la beca Guggenheim con una carta antológica, ejemplo de coherencia ideológica y humana.

            “… con el respeto que ustedes merecen por el solo hecho de haber obrado con lo que se supone es un gesto de buena voluntad, deseo dejar en claro que mis convicciones ideológicas me impiden postularme para un beneficio que, con o sin intención expresa, resulta cuanto más no sea por fatalidad del sistema, una de las formas más sutiles de penetración cultural del imperialismo norteamericano en América Latina…” (8)

            Durante el año siguiente escribió ininterrumpidamente su novela Mascaró, el cazador americano, que se publicó en 1975 y ganó el premio Casa de las Américas. Igual que los personajes de este libro, fue gestándolo en un deambular repartido entre el Tigre, Buenos Aires y Chacabuco.

            Mascaró cuenta la historia del Circo ambulante del Arca, sus integrantes conforman una galería de personajes insólitos y entrañables: el Príncipe Patagón, Carpóforo el luchador, el enano Perinola, la bella Sonia, Oreste, el jinete Mascaró, el león Budinetto. Es una novela que incursiona en el realismo mágico, nostálgica, humorística y profundamente humana. Hay en ella una dignificación de estos seres que de algún modo han encontrado la clave para vivir plenamente más allá de desventuras y tropiezos. Mascaró habla, fundamentalmente de la libertad del hombre.

            “… Todo sucede. La vida es más o menos un barco bonito. ¿De qué sirve sujetarlo? Va y va. ¿Por qué digo esto? Porque lo mejor de la vida se gasta en seguridades. En puertos, abrigos y fuertes amarras. Es un puro suceso, eso digo. ¿Eh, señor Mascaró? Por lo tanto conviene pasarla en celebraciones, livianito. Todo es una celebración… (9) En el mismo año, publicó también “La balada del álamo camuña”, un libro de cuentos donde reaparecen su pueblo natal y las islas, explorando en el recuerdo de sus seres queridos, deteniéndose en detalles minuciosos que en la vida serían casi imperceptibles. Conti los hizo palpables en relatos como Las doce a Bragado, Los caminos o Mi madre andaba en la luz, reconociendo la realidad al detalle, para aspirar entonces, desde los libros pero sobre todo desde su compromiso vital, a una transformación, a una trascendencia de los humano.

            “… Y ahora me siento a escribir y en el mismo momento, a 600 kilómetros de aquí, mi amigo Lirio Rocha se sienta en la puerta de su rancho, porque sus días son igualmente redondos, solo que en otro sentido, y si el mar lo permite son también precisos, a su manera, se sienta, como digo, a la puerta de su rancho, en la Punta del Diablo, al norte de Cabo Polonio, entre el faro de Polonio y el de Chuy, y mira el mar después de cabalgar un día sobre el lomo de su chalana, porque es el tiempo de la zafra del tiburón, ese oscuro pez del invierno hecho a su imagen y semejanza, y se pregunta (es necesario que se pregunte para que yo siga vivo porque yo soy tan solo su memoria), se pregunta, digo, que hará el flaco, es decir yo, 600 kilómetros más abajo en el mismo atardecer…” (10)

            Hacia sus últimos años, Conti buscó su camino en una lucha política dará y definida; apoyó la Revolución Cubana, al sindicalista Agustín Tosco y los frentes legales que adherían al Partido Revolucionario de los Trabajadores en la Argentina. Quienes conocieron a Haroldo, sus compañeros en la revista Crisis; Federico Vogelius, Eduardo Galeano, Juan Gelman y Aníbal Ford, entre otros, afirmaban que estaba en las antípodas del dogmatismo. Su historia y sus libros confirmaron que su compromiso existió a lo largo de toda su vida, en los hechos más elementales y genuinos del pasar cotidiano.

            Conti era un humanista. Y tal vez ese hecho fue lo que más tentó a los genocidas, que aquella fatídica noche de mayo, lo llevaron para luego de largas torturas, asesinarlo, asesinado así a la belleza.

            Tal vez, si alguno de los captores hubiera entendido latín, el cartel que rezaba: Este es mi lugar de combate y de aquí no me moverán, junto al último cuento que escribió, A la deriva, no hubiesen quedado allí, en medio del caos, casi como un símbolo de ese segundo naufragio del que esta vez, Haroldo no se salvó.

            Damas y caballeros.

            Respetable público.

            La función ha terminado.

            Levantó un brazo, agradeciendo imaginarios aplausos, y agitó la pulsera de caracoles.

            El murmullo atrajo con tal fuerza la visión del mar que el corazón le latió atropelladamente, las paredes se borraron, vio la luz cegadora del agua, una negra silueta que remontaba las olas y hasta sintió el viento cargado de sal que le hinchaba las narices. En realidad, la verdadera función empezaba recién ahora. Allá lejos, un barco cojonudo con un cañoncito montado en la proa y un ángel que hendía el agua esperaba por él.

            Acababa de reconocer su camino.” (11)

 

            Nota:

 

“Este es mi lugar de combate y de aquí no me moverán”.

 

·                                ·         (1) Haroldo Conti. Ars Humana, La Rioja, 1967. Publicado en revista Crisis, Nro. 16, 1974.

·                                ·         (2) Eduardo Galeano, Publicado en revista Crisis, Nro. 38, 1976.

·                                ·         (3) Haroldo Conti, declaraciones a la revista Gente, 1971.

·                                ·         (4) Haroldo Conti, declaraciones a la revista Análisis, sin fecha.

·                                ·         (5) De Sudeste.

·                                ·         (6) De alrededor de la jaula. Editorial Sudamericana, 1966.

·                                ·         (7) Haroldo Conti, reportaje en revista Confirmado, Buenos Aires, 1971.

·                                ·         (8) Haroldo Conti, extracto de la carta a Stephen L. Schlesinger de la Fundación Guggenheim, 1972.

·                                ·         (9) De Mascaró, el cazador americano, Editorial Emecé, 1975.

·                                ·         (10) Del cuento Los caminos, de La balada del álamo Carolina, Editorial Emecé, 1975.

·                                ·         (11) De Mascaró, el cazador americano, Editorial Emecé, 1975.

Fuentes bibliográficas:

·                                ·         Néstor Restivo-Camilo Sánchez, Haroldo Conti, biografía de un cazador, Editorial TEA, 1999.

·                                ·         Revista “Crisis”, W 8, 15, 16, 36, 38 (años 1973-74-76).

·                                ·         Rodolfo Bonasso, El mundo de Haroldo Conti. Editorial Galerna, 1969.

·                                ·         Mario Benedetti. Haroldo Conti, un militante de la vida, en El recurso del supremo patriarca, México 1979.

·                                ·         Aníbal Ford, “Todo es celebración, crítica literaria de Mascaró, Clarín, 1975.