FUNDAMENTOS DE LA LEY 14030

HONORABLE LEGISLATURA:

Se somete a consideración de Vuestra Honorabilidad, el proyecto de ley que se adjunta para su sanción, a través del cual se pretende declara ciudadana ilustre de la provincia de Buenos Aires a la señora Laura Bonaparte.

 El 24 de marzo de 1976, un golpe militar destituyó a la entonces presidente constitucional María Estela Martínez Vda. De Perón, más conocida como Isabelita.

 Isabel Perón había asumido la presidencia el 1 de julio de 1974 a la muerte de su esposo el teniente general Juan Domingo Perón. Ella ocupaba en ese momento el cargo de vicepresidenta constitucional.

 Los militares golpistas cuando se apoderaron del gobierno manifestaron que venían a poner “orden” pero el orden que impusieron fue el del terror y la muerte. Inmediatamente comenzó una verdadera caza de brujas, terrorismo de Estado mediante. Durante este período los llamados “grupos de tareas” integrados por elementos policiales, civiles y militares –siempre al mando de un militar de alta graduación- asesinaron a miles de personas y secuestraron a varios miles más, los que fueron conducidos a lugares clandestinos de detención (campos de concentración) donde fueron detenidos en condiciones degradantes, salvajemente torturados y finalmente -casi la totalidad- asesinados.

 En la Argentina llegó a haber alrededor de 368 capos de concentración ubicados a lo largo y a lo ancho del país. Se menciona la palabra “desaparecidos”, esa categoría terrible se refiere a las personas secuestradas -o sea detenidas clandestinamente- de las cuales no se dio más información y que se convirtieron así en “desaparecidos”. La mayor crueldad para sus familiares que ignoraban si estaban vivos o muertos o cómo estaban.

 Los militares siempre negaron su existencia hasta tanto les fue imposible continuar haciéndolo. Y como la censura era total, la palabra “desaparecidos no figuraba en los diarios ni se escuchaba en ningún medio de comunicación. Más de 100 periodistas fueron asesinados o desaparecieron en la dictadura militar.

 Se produjo el exilio de muchos argentinos, varios de ellos ilustres o distinguidos en sus actividades, que dejaron el país para salvar sus vidas, pero también hubo un exilio interno ya que quienes se quedaron, estaban condenados al silencio para evitar ser “desaparecidos”.

 En ese marco de miedo y silencio y miedo colectivo surgieron las Madres de Plaza de Mayo, un grupo pequeño de mujeres que por amor a sus hijos desafió al poder y se levantó como testigo y denuncia pública en un país ocupado por sus propias fuerzas militares.

 Este grupo de madres superó el terror. A medida que sus hijos eran secuestrado

s y “desaparecidos” las madres acudían a golpear todas las puertas que pudieran dar alguna noticia sobre los desaparecidos.

 Así concurrieron al Ministerio del Interior, cuarteles, destacamentos de Policía, iglesias, y por supuesto escribían a los integrantes de la Junta Militar que gobernaba el país y estaba integrado por el jefe de cada fuerza militar, es decir Armada, Ejército y Fuerza Aérea, pidiendo ser recibidas, planteando sus dramas, pero jamás recibieron respuesta.

 Las madres empezaron a reconocerse al encontrarse en todos esos lugares y una tarde de abril de 1977, mientras esperaban que las atendiera el párroco de la Iglesia Stella Maris, una de las madres que estaban allí, AZUCENA VILLAFLOR de DE VICENTI dijo: “individualmente no vamos a conseguir nada ¿por qué no vamos todas a la Plaza de Mayo y cuando seamos muchas, Videla tendrá que recibirnos…”.

 El 30 de abril acudieron a la plaza las 14 madres que habían estado en la iglesia. Catorce madres solas en esa inmensa plaza, es de imaginar su coraje, solas ahí, en un país aterrorizado.

 Azucena Villaflor de De Vicenti eligió la Plata de Mayo como sitio de las reuniones, porque esa plaza está situada frente a la Casa Rosada (sede del gobierno) y a un costado está la catedral.

 La plaza continúa siendo un lugar histórico y tradicional para las manifestaciones, una suerte de foro público. A medida que pasaba el tiempo el número de madres aumentaba porque aumentaba el número de desaparecidos. La presencia de las madres en la plaza era conocida por comentarios de boca en boca, puesto que así como no existían los “desaparecidos”, para la prensa, tampoco existían las madres.

 Así comenzaron las marchas. Marchas alrededor de la pirámide de Mayo que es el símbolo de la libertad, marchas que continúan aún hoy. Con el objeto de reconocerse, tiempo después comenzaron a usar un pañuelo blanco en la cabeza confeccionada en un principio con tela de los pañales que se usan para bebés. Ese pañuelo se convirtió en su símbolo. El prestigio de las Madres en todo el mundo creció de tal manera que en otros países de América Latina y del Asia con problemas similares surgieron grupos de madres que imitaron la acción de las Madres de Plaza de Mayo.

 La dictadura militar menospreció la capacidad de lucha de las madres y la fuerza de amor que ponían para conseguir información de sus hijos, las llamaban “las locas de la Plaza de Mayo”, cuando se dieron cuenta que sus denuncias tenían fuerza intentaron silenciarlas con el secuestro de un grupo de madres fundadoras y familiares de desaparecidos en la Iglesia de la Santa Cruz, también el golpe más fuerte fue sin dudas la detención y desaparición de la líder del grupo Azucena Villaflor de De Vicente en la puerta de su casa cuando regresaba de comprar el diario donde salía por primera vez la solicitada a la junta militar pidiendo información de los detenidos-desparecidos el 10 de diciembre de 1977. (Irónicamente es el día recordatorio de la Declaración Universal de los Derechos Humanos).

 Suponía la dictadura que las Madres perderían poder con el secuestro masivo de integrantes. Las Madres son la reserva m oral de los argentinos durante los años de plomo de la dictadura militar, por eso constituyeron un foco de luz y esperanza durante esos negros años. Sus demandas fueron y son Verdad, Justicia y Castigo por las violaciones de los derechos humanos.

 Laura Bonaparte no comenzó a militar por la desaparición de sus tres hijos, Noni, Víctor e Irene. Al regresar del exilio, donde había colaborado con refugiados de El Salvador, se unión a Madres de Línea Fundadora. Pero antes, su trabajo como psicoanalista frente a la sala de internación femenina del policlínico de Lanús la vinculó con organizaciones populares y de mujeres.

 Este año viajó a dos encuentros en los que se conmovió con la lucha conjunta por la paz de las mujeres palestinas e israelíes y actualmente forma parte de FADO, Federación Argentina de Organizaciones, que trabaja con niños de la calle y desocupados. Y del Foro Nacional de Derechos Humanos y Acción Humanitaria que atiende la problemática de las personas privadas de su libertad, “Nuestra participación en todos los ámbitos es también una forma de recuperar la lucha de nuestros hijos”, afirma.

 Tres mujeres, todas en sus sesentas, han secuestrado a un genocida en Argentina y lo tienen a su merced. Puede hacer con él lo que quieran, sin pagar las consecuencias. Las tres tienen hijos desparecidos. En diálogos agridulces planean cómo matar al tipo. ¿Ahorcarlo, apuñalarlo, un tiro limpio en la nuca? Miles de formas con las que, en la vida real, las madres de víctimas del genocidio han especulado muy en el fondo de sus secretos. Mientras deciden, charlan y discuten. Sin poder evitar, desembocan en una competencia sobre cuál de las tres lleva la carga de dolor más pesada. Eso también ocurre en la vida real.

 Al final, las “tres buenas mujeres”, representadas por tres grandes de la dramaturgia porteña, dejan que el genocida se vaya, “por cobarde y por cagón”. No tomaron venganza. Y estuvieran cerca de hacerse justicia. El público en el Teatro del Pueblo ríe y llora al mismo tiempo. La obra, escrita por la psicoanalista Laura Bonaparte, dirigente de Madres de la Plata de Mayo – Línea Fundadora, ha sido descrita por el escritor Noé Jitrik como “iniciática” en el proceso de representar y expresar el drama de la historia reciente de Argentina, con el genocidio y la impunidad a cuestas, un cuarto de siglo después.

 Laura Bonaparte es sobreviviente de una familia emblemática de ese pasado vivo. Ha viajado a México para estar presente, hoy a mediodía, frente al primer juzgado “B” en materia de amparo, donde se realizará la audiencia final del juicio de garantías promovido por el ex militar argentino Ricardo Miguel Cavallo, el ex director del Renave que resultó ser uno de los dirigentes del centro de exterminio que fuera la Escuela Superior Mecánica de la Armada, en Buenos Aires.

 Detenido fortuitamente cuando intentaba huir de México, Cavallo enfrenta un pedido de extradición presentado por el juez español Baltasar Garzón para juzgarlo por los delitos de tortura, genocidio y terrorismo cometidos durante la dictadura, entre 1977 y 1982.

 Cuando Cavallo finalmente esté en el banquillo de los acusados en Madrid, empezará para la familia de Laura Bonaparte, y para miles como ella, la acción de la justicia que hasta ahora, treinta y dos años después, aún les es denegada. “Y habrá que reconocer, es importante que el mandatario mexicano separa que si sus jueces hacen esta aportación a la ley universal humanitaria, demostrará al mundo que la justicia en su país sí vale. Que la justicia puede ser el espinazo de Dios… o del diablo.”

“Los grises son los desaparecidos”

 Para facilitar el relato de la devastación de su familia, Laura se apoya en unas plantillas donde ha impreso su árbol genealógico mutilado.

 “Los grises son los desaparecidos”, advierte. En recuadros grises, en efecto, aparece Aidé Leonor Bruschtein Bonaparte, su hija, quien fue desaparecida el 24 de diciembre de 1975 (antes del golpe militar), y su compañero Adrián Faidon, secuestrado dos meses después.

 La Noni estudiaba ciencias exactas y con su voz de mezzosoprano alfabetizaba en las ciudades perdidas mediante canciones y poemas de las revoluciones española y mexicana. Dos meses antes de ser capturada había parido al pequeño Hugo, quien al quedar sin padres fue adoptado por su hermana.

 Los padres de La Noni, enterados de que su hija había muerte en manos de los militares que la capturaron y que les negaban la entrega del cuerpo, interpusieron una demanda penal en contra del ejército. Santiago Bruschtein, postrada por un enfisema terminal, fue sacado una noche de su cama en junio de 1976 al grito de “judío, hijo de puta, quién sos vos para acusar al ejército!” Desapareció.

 En mayo de 1977 es allanada la casa de la segunda hija de Laura, Irene, quien además de adoptar a Hugo tenía una hija, Victoria. Contaba con 21 años. Ella y su marido, Mario Ginzberg, son desaparecidos. Ese mismo mes son detenidos-desaparecidos un tercer hermano, Víctor Bruschtein, y su compañera, Jacinta Leve.

 Laura, que en su profesión era vanguardia del psicoanálisis, que llevaba diez años prestando servicio hospitalarios, que tenía una familia grande, que impartía cátedra, quedó repentinamente sola. Ella y su único hijo sobreviviente, el periodista Luis Bruschtein, salen al exilio en México con los nietos.

Osamentas y fosas comunes.

 En 1985 abandona México y regresa a Argentina decidida a enfrentar lo que pocas madres de desaparecidos se atreven: seguir hasta lo imposible el rastro de sus hijos. Cada hallazgo es un golpe terrible. Ya lo había experimentado cuando buscaba a La Noni. Los militares se negaron a entregarle el cuerpo. A cambio, le ofrecieron las manos de su hija en un frasco con alcohol.

 “Cuando una mujer pare, queda marcada no solo en la conciencia, sino en el cuerpo. Y necesita confirmar esa maternidad a lo largo de toda su vida. Por eso la desaparición de los hijos es una atrocidad que la razón no procesa”. Por eso tomó el camino de en osarios y fosas comunes, “para buscarlos donde estén. Y si las investigaciones antropológicas llegan a la identificación de un cuerpo, hay que dejar que nuestros hijos den su postrer testimonio. Darles el derecho de tener la última palabra”.

 Especialista del consciente y el subconsciente, en otros mementos de su vida entró “a los vericuetos de la locura”. Laura Bonaparte reconoce que las madres, cuando buscan así a sus hijos, en realidad esperan no encontrarlos. “Porque encontrar sus husos es un choque frontal con la brutalidad del genocidio.

 Y para ello hay que tener una estructura ideológica y moral muy fuerte. Por mucho que nos duela, como madres tenemos una relación interrumpida con ellos y un nunca más”. Con todo, siguió esa ruta convencida de que si no hubiera sido por el hallazgo de las fosas nazis, los grandes criminales de la Segunda Guerra Mundial no hubieran ido a juicio en Nuremberg.

 En aquellas fechas la revista Life, que entonces gozaba de influencia mundial, publicó un reportaje sobre el hallazgo de una fosa común en el cementerio de Avellaneda. La organización de Bonaparte exigió y logró por las vías legales una exhumación. Pidió en forma urgente la presencia de un antropólogo forense. Se inició así el trabajo antropológico que haría escuela en el continente.

Ni el derecho de bien morir

 Sin embargo, en un principio esas presiones y diligencias en Avellaneda desembocaron en una macabra historia de horror y frustración. Abierta la fosa, lo único que se encontró fue un revoltijo de huesos y restos imposible de reconstruir. Solamente en el primer intento salieron 12 fémures y dos cráneos. Gracias a los testimonios de los sepultureros se pudo concluir que ahí enterraron a unas 80 personas. Muchos de los cuerpos llegaron ya en estado de descomposición, cargados en camiones de volteo. Pero ese episodio sentó precedente en la lucha por el esclarecimiento de esos genocidios que aún hoy siguen marcando el paso en el esfuerzo por reconstruir la historia de Latinoamérica. Apenas ayer hubo una exhumación en Chile. Hace pocos meses, en Guatemala. A veces estas acciones dolorosas arrojan alguna luz a las familias y a la historia. Otras veces nada.

 Poco después se supo de un hallazgo en el club Cañuelas, en La Plata, que era un sitio de reunión de paramilitares, los homicidas de la Triple A. Eran fotografías de una incineración de cadáveres. Gracias a esas fotografías atroces Laura pudo reconocer semicalcinado a su ex marido, Santiago, con un tiro de gracia. El matrimonio Gualdiero pudo ubicar ahí a su hija María del Carmen, secuestrada cuando tenía ocho meses de embarazo. Junto a ella, aún unido por el cordón umbilical, un bebé. Hasta la fecha no han recuperado los cuerpos, resguardados en un osario en Buenos Aires.

 Muchas madres de desaparecidos se acercan al final del camino. Y algunas mueren sin el derecho natural de los progenitores de que los hijos les cierren los ojos. “Ni ese derecho nos dejaron, el derecho de bien morir.” Así murió su amiga Yoyi Epelbaum. A ella le desaparecieron a sus tres hijos. Murió sin entender, porque esta es una tragedia que no tiene explicación. Pero las organizaciones, tienen posturas divergentes. Unas, las de línea fundadora, reclaman ir hasta el final en la investigación sobre el paradero de sus hijos, sea cual fuere la cruda verdad. Otras exigen aparición con vida. Laura Bonaparte, explica su criterio: “Luchamos porque se instaurara una indemnización, una renta vitalicia para los chicos de padres desaparecidos.

 Esto significó que el Estado se reconoció culpable y por lo tanto obligado a reparar el daño. Con ello se reconoce implícitamente que no hubo tal cosa como guerra sucia, sino asesinatos de personas que luchaban por un ideal. Así enterramos la teoría de los dos demonios, la versión oficial de la historia que responsabiliza por igual a víctimas y a victimarios, al ejército y a las organizaciones armadas”.

 A mérito de las consideraciones vertidas, es que se solicita a este Honorable Cuerpo, la pronta sanción del proyecto adjunto.

 Dios guarde a Vuestra Honorabilidad”.