Fundamentos de la Ley 11558
El pasado 11 de junio se cumplieron doscientos siete años del natalicio de uno de los hombres más trascendentes que hayan ocupado la primera magistratura de la provincia de Buenos Aires, el Coronel Manuel Dorrego. Esta circunstancia
impone al presente la especial obligación de reflexionar sobre ello y la de
manifestar el debido reconocimiento a su trayectoria por parte de esta
Legislatura. En su carácter de heredera de aquella Sala de Representantes,
que, sosteniendo el federalismo y preservando las instituciones de La existencia y las ideas de Manuel Dorrego han sido englobadas en el estudio general de los sucesos de aquella época. Se menciona a Dorrego, con algunas salvedades, dentro del marco panorámico relacionado con nuestros orígenes institucionales, sin precisar la génesis y la razón de sus profundas convicciones políticas y principismo doctrinario; y es en este punto llevado a la acción política donde la personalidad del prócer alcanzó las más altas cumbres en grado a la estima y favor de que gozó entre las clases nacionales y populares de todas las provincias. Es por ello que nos embarga, al presente, una profunda reverencia, por la nobleza que sintetiza el alma transparente de Dorrego. Fue, en los albores
de nuestra historia, secretario de Guerra de Belgrano, brazo fuerte de Permanece en los Estados Unidos hasta la caída de la institución directorial para retornar en 1820 Buenos Aires. Si bien se ignoran, en líneas generales, las circunstancias de su vida en Baltimore, podemos suponer que la observación durante este período de las instituciones norteamericanas reafirmaría sus convicciones federalistas. Ya en Buenos Aires
padece las vicisitudes propias de la anarquía., producto de las contiendas
civiles, las campañas militares, las luchas políticas, su nuevo destierro en
Mendoza, la huida a Montevideo, para un posterior regreso al amparo de Tras tantos
infortunios y avatares, Manuel Dorrego ingresa en
una etapa de alta madurez intelectual donde destaca su rasgo caracterizador
que compromete nuestra gratitud, cifrada en su acérrima defensa del
federalismo y de la democracia participativa popular. Desde el comienzo de
esta acción, con su verba y pluma encendida contra el unitarismo, ya desde la
prensa de “El Argentino” y “El Tribuno” o desde sus debates en La trascendencia política de su prédica arranca fundamentalmente a partir de dos argumentos por él esgrimidos: “Creo en el sistema federal porque es el único que aceptarán los pueblos: y porque es el único que se amolda a su temperamento y a su idiosincrasia…” dirá casi proféticamente. En aquel Congreso General, el debate del 25 de septiembre lo tiene como participe principal, pugnando por el reconocimiento y acceso de las clases populares a la vida pública., circunstancia que sus opositores aristocratizantes pretendían limitar a los poseedores de determinada renta. Dorrego, convertido en líder federal, ante el argumento de los liberales, que justificaban la falta de libertades civiles de los asalariados, sosteniendo: “que no se han comprometido nada más que a su trabajo con su patrón” responde manifestando que aquella postura corresponde a una aristocracia.”…la más terrible, porque es la aristocracia del dinero… y en ese caso hablemos claro: el que formará las elecciones será Banco…” afirma. Y proseguía Dorrego con su fundamentación “Desde que esto se sostenga, se echa por tierra el sistema representativo, que fija sus bases sobre la igualdad de derechos. Échese la vista sobre nuestro país pobre, véase que proporción hay entre domésticos, y se advertirá al momento que quien va a tener parte en las elecciones, excluyéndose a las clases que se expresan en el artículo, es una pequeñísima parte del país ¿y es regular que en una sociedad como esta, una vigésima parte de ella sea sola la que determina sobre las demás? ¿Cómo se puede permitir esto en un sistema republicano?” se preguntaba, para afirmar inmediatamente “Esto es barrenar la base y echar por tierra el sistema”. Su concepto de la solidaridad social quedaba también plasmado en el contenido del debate: “Estos individuos -decía- son los que llevan con preferencia las cargas principales del Estado ¿y se les ha de echar fuera de los actos populares, en donde deben ejercer sus derechos? ¿E s posible que sean buenos para lo que es penoso y odioso en la sociedad, pero que no puedan tomar parte en las elecciones? Afirmaba finalmente “Estos peones nuestros, o jornaleros, no deben ser excluidos del derecho al sufragio. Acaso el trabajo de ellos es más productivo que el de aquellos que se ocupan en el cambio o la exportación. Yo pregunto si una sociedad puede existir sin esa clase de jornaleros y dependientes, y si puede haber una sociedad sin que sean necesarios esos hombres dedicados al cambio que podrían hacer los mismos patrones y jornaleros. Sobre todo, esta clase de gente trabaja, produce y contribuye”. Esta es la síntesis y apotegma del pensamiento de Dorrego en aquel Congreso de 1826 donde, además, se mantuvo expresamente contrario a los designios vinculados al dictado de una constitución unitaria. Defendiendo y representando de modo tenaz sólidos principios republicanos y federales que armonizan con las aspiraciones populares de la época. Pero amén de ello,
desde el ejercicio de la función pública, ya como magistrado bonaerense,
reunió especiales condiciones de gobernantes, sentido nacional, sensibilidad
frente al interior, carisma y decisión frente a los problemas sociales y la
crisis económica que asolaba la provincia de Buenos Aires. Y allí destaca su
denuncia del empréstito de Es allí el presente reconocimiento a la personalidad del gobernante que quiere brindar esta Legislatura Provincial, no sin antes advertir sobre las circunstancias de su infausto destino, destacando la fría planificación de sus autores, esa resolución calculada de quitar la vida a su adversario, que representaba por entonces un obstáculo insalvable para sus oscuros intereses de todo orden, cometiendo un crimen político parea cuyos gestores no hay otro nombre que el de asesinos. Hora es ya a nuestro modo de ver, de modificar las etiquetas a que nos ha acostumbrado la historiografía interesada en salvar el insalvable honor de la logia rivadaviana, y dejar de referirnos al “fusilamiento” de Dorrego. El plomo de fusilería fue solo el medio, como pudo haber sido el veneno o el puñal, si Lavalle no se hubiera cruzado en el camino, por el cual la logia unitaria llevó a cabo lo que solo puede calificarse como el asesinato de Dorrego. Así, se abrió la primera herida lacerante en nuestra historia. Causa eficiente que precipitara, cuando no justificará, acontecimientos posteriores que durante largos años han teñido sus páginas de sangre y dolor. Querrá Dios,
seguramente, y ese es el sentido profundo de nuestro homenaje, que Dorrego descanse en paz. Y queremos nosotros que ocupe
definitivamente el lugar que por derecho le compete a
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