FUNDAMENTOS DE LA
LEY 14276
Por hallarnos en el año del Bicentenario de nuestra patria, parece necesario y conveniente no dejar de lado balances históricos que exceden la coyuntura. Se impone, en este sentido, reconocer y rescatar del olvido el papel de la cultura africana en nuestro país en general y en nuestra Provincia en particular, pues constituye un hito insoslayable de nuestra nacionalidad, no solo desde sus orígenes, sino incluso desde varios siglos antes.
Es sabido que el primer ingreso de esclavos negros a nuestro país data del año 1588. Desde entonces, la inmensa mayoría de los descendientes de africanos en estas tierras se desempeñó como mano de obra esclava, sometida a maltrato y explotación. Durante el período colonial, la población negra de Buenos Aires nunca fue menor -según los cálculos de diversos historiadores- del 20% del total.
Los grupos provenientes de África
se extienden por todo el Continente Americano e ingresan en masa en América del
Sur durante el auge del tráfico de esclavos por las rutas del Océano Atlántico[1].
Naturalmente, estas migraciones obedecen al desarrollo económico
de los colonos provenientes de Europa, basado hasta el siglo XIX en la
explotación agrícola y la minería, las cuales por otra parte financiaban la
economía iberoamericana y a su vez las coronas española y portuguesa. Al igual
que cierta tradición de pensamiento que privaba a los indios de alma, así
también los colonos europeos no consideraban que los negros debían estar
protegidos por los institutos legales de la “humanidad” (europea). Por esta
razón, el africano era visto, como reza la famosa frase de Aristóteles, como un
“instrumento animado”, cuya esencia y destino era la agotadora labor. El grueso
de la inmigración africana en nuestro país se compuso de angoleños y
congoleños, también mayoritarios en Chile, Perú, y Uruguay. Buenos Aires y
Montevideo se convirtieron entonces en los puertos más importantes del
Atlántico Sur y abastecieron a todo el interior del Virreinato del Río de
En el censo de 1778 se consigna
que en el noroeste argentino, en la zona de Tucumán, el 42% de la población era
negra; en Santiago del Estero, 54%; en Catamarca, 52%; en Salta, el 46%; en Córdoba,
el 44%; en Mendoza, el 24%; en
Sin embargo, a lo largo del siglo
XIX desciende notoriamente la proporción de africanos en la población
argentina. En 1801 se reglamentaron las formaciones milicianas con negros, a
las que se denomina Compañías de Granaderos de Pardos y Morenos. Muchos de los
argentinos africanos participaron en la defensa durante las invasiones
inglesas. Habiendo regresado San Martín de España en 1812, su primera misión es
la organización del Regimiento de Granaderos a Caballo. Al hacerse cargo del
ejército del Norte, sus tropas se componían de 1.200 hombres, de los cuales 800
eran negros libertos, o sea, esclavos rescatados por el Estado para ser
destinados a la milicia. Asimismo, muchos africanos mueren tras ser reclutados
para el Ejército de Los andes durante la campaña de Chile, Perú y Ecuador,
entre 1816 y 1823: de los 2500 soldados negros que iniciaron el cruce de Los
Andes retornaron con vida 143. Unos años después, numerosos argentino-africanos
integraron las fijas del ejército en la guerra contra Brasil (1825-1828). Los
sobrevivientes volvieron a guerrear a continuación en la guerra civil entre
unitarios y federales. El brigadier general y gobernador de Buenos Aires, don
Juan Manuel de Rosas, los había convocado para formar el Batallón Provincial y
el Batallón Restaurador y el devenir de la historia quiso que formaran parte de
los bandos enfrentados en las batallas de Caseros, Cepeda y Pavón. Con el fin
de
Un ejemplo paradigmático de este olvido es María Remedios del Valle, quien se había alistado en el Ejército del Norte un mes después de la proclama de mayo. Luego de haber combatido en las batallas de Tucumán, Desaguadero, Salta, Vilcapugio y Ayohuma (donde fue herida de bala y cayó prisionera de los realistas), acabó mendigando en la ciudad de Buenos Aires. La casualidad quiso que el diputado Juan José Viamonte se cruzara con Del Valle en la actual Plaza de Mayo, la reconociera y solicitara para ella en el año 1827 una pensión por sus servicios en la guerra emancipadora. Después de más de un año de discusiones, se le concedió el sueldo correspondiente al grado de Capitán de Infantería. Sin embargo, por dificultades burocráticas, Del Valle jamás cobró su pensión[3].
Hacia fines de siglo, el ingreso masivo de la inmigración blanca europea hará bajar drásticamente, en términos relativos, la proporción de población negra e india en todo el país. Incluso los documentos oficiales comienzan a denominar a la población anteriormente denominada negra, parda, morena, O de color como “trigueña”, vocablo ambiguo que carece de precisión y puede aplicarse a diferentes grupos étnicos. Así las cosas, para fines de 1887 el porcentaje oficial de negros es de 1,8%[4].A partir de ese período ya no se informa sobre este dato en los censos. Se ha intentado explicar este fenómeno a partir de la idea racial anti-africana de la generación del ’80, pero recientes estudios aseguran que esta perspectiva es, al menos parcial[5].
En virtud de lo dicho estaría justificado un reconocimiento al aporte de los africanos argentinos a la construcción de nuestro país. En efecto, como dice Renan, una Nación es
“en el pasado, un legado de gloria y de añoranzas para compartir; en el provenir, un mismo programa a realizar; haber sufrido, disfrutado, haberse esperanzado juntos: vale más eso que aduanas comunes y fronteras conformes a ideas estratégicas; esto es lo que nos implica más allá de las diferencias de raza y lengua. […] Cuando se trata de recuerdos nacionales, los duelos valen más que los triunfos ya que imponen deberes y organizan el esfuerzo en común.
Una nación es así una gran solidaridad, constituida por el sentimiento de los sacrificios que se hicieron y de los que todavía se están dispuestos a hacer. Supone un pasado; se define, sin embargo, en el presente por un hecho tangible: el consentimiento, el deseo claramente expresado de continuar la vida común. La existencia de una nación es (que se me perdone esta metáfora) un plebiscito cotidiano, como la existencia del individuo es una afirmación incesante de la vida.”[6]
Sin embargo, en ese caso el
reconocimiento sería parcial. En efecto, los afro-argentinos no solo se han
expuesto en pos de una nueva comunidad que surgía en esta tierra, sino que han
sumado su creatividad y productividad a diversas manifestaciones de nuestra
cultura. A pesar de haber sufrido tanta adversidad, estos hombres y mujeres
dejaron una improbota inconfundible en todos los aspectos de la sociedad
argentina. Contribuyeron al surgimiento de formas artísticas populares como la
payada (por ejemplo, Gabino Ezeiza, José Betinoti y Nemesio Trejo), el tango (Horacio Salgán), la milonga y la chacarera. Se destacaron en la
interpretación y composición de diversos géneros musicales (Federico Espinosa –
el Strauss argentino-, Manuel Posadas, Roque Rivero, etc.). También aportaron
infinidad de palabras en castellano del Río de
El presente proyecto propone
adoptar el día 11 de octubre como Día de
En razón de lo anterior solicito a los señores senadores que me acompañen en la aprobación de esta iniciativa.
Bibliografía de consulta
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- Zorraquín Becú, Ricardo, la organización política argentina en el período colonial, Bs. As., 1967.
[1] Alrededor de 12.000.000 de africanos introducidos en Latinoamérica.
[2] La palabra candombe aparece pro primera vez en una crónica del escritor Isidoro de María y con toda verosimilitud deriva de la voz bantú k’ndombe, que provendría de Angola y habría llegado a América del Sur a partir del ingreso forzado de africanos provenientes de los reinos de Kongo, Anziqua, Nyongo, Luango y otros. Dice Rubén Carámbula en El Candombe, Bs. As., 2005, p. 13: “Desde un punto de vista social [el candombe] es una pantomima de la coronación de los Reyes Congos, pero imitando las costumbres de los Reyes blancos. Desde el punto de vista religioso, constituye un auténtico sincretismo entre la religión bantú y la católica […] El término es genérico para todos los bailes de negros, sinónimo pues de danza negra, evocación del ritual de la danza”.
[3] Unos datos más sobre la capitana. Combatió desde
[4] Este fenómenos de invisibilización,
lejos de agotarse en el siglo XIX, tiene –según los estudiosos- notables
continuidades en nuestro tiempo: “La ‘blaquedad’ [,,,] porteña no es problematizada como categoría social pero
sí precisa ser construida constantemente a nivel micro, a través de la
adscripción de la categoría de negro tan solo a quienes tienen tez bien oscura y cabello mota. De hecho, ‘negro mota’
es el término más frecuentemente utilizado para afirmar inequívocamente que una
persona es ‘negra, negra’, que pertenece a la ‘raza negra’. Con esta lógica de
clasificación racial, los ‘negros’ (‘verdaderos’) siempre serán cada vez menos.
Esto es socialmente necesario porque: a) la existencia de un número importante
o visible de negros –así como el reconocimiento de que tuvieron un rol de una
determinada importancia en nuestra cultura o nuestra historia- va absolutamente
en contra de la narrativa dominante de nuestra historia y en contra de nuestro
sentido común b) además, y principalmente, porque ser ‘negro’ es considerado
una condición negativa. Propongo, entonces, que la invisibilización
de los negros, se produce no solo en la narrativa dominante de la historia
argentina –aspecto más tratado y sobre el cual existe bastante consenso- sino
también en las interacciones sociales de nuestra vida cotidiana” (Alejandro Frigerio, “De la ‘desaparición’ de los negros a la
‘reaparición’ de los afrodescendientes: comprendiendo
la política de las identidades negras, las clasificaciones raciales y de su
estudio en
[5] Jean Arsène Yao, “Negros en Argentina: integración e identidad”, en Revue de Civilisation Contemporaine de l’Université de Bretagne Occidentale, http://www.univ-brest.fr/amnis/documents/Yao2002.pdf
[6] E. Renan, ¿Qué es una nación?, Bs. As., Hydra, 2010.