Fundamentos de la Ley 12285

 

 

El doctor Esteban Laureano Maradona nació en la ciudad de Esperanza, provincia de Santa Fe, el 4 de julio de 1895 y falleció en Rosario, de la misma provincia, el 14 de enero de 1995, próximo a cumplir los 100 años de edad.

El padre del doctor Maradona se llamaba Ubaldino, hombre inquieto que revistó como militar, político y periodista. Editó un diario llamado “La Reforma” y fue el primer diputado socialista por Santa Fe, habiendo mantenido gran amistad con Alicia Moreau de Justo. Tuvo 14 hijos, siendo el noveno nuestro prócer Esteban Laureano. La madre fue María Encarnación Villalba, dama santafecina que encaminó a sus vástagos en la senda de la rectitud.

Es conveniente recordar que Esperanza fue la primer colonia agrícola del país, y que la fecha de su fundación es la que los agricultores argentinos usan para sus conmemoraciones y festejos anuales.

Los Maradona, fueron primero Fernández de Maradona. Descendían de una familia gallega oriunda de Lugo, que llegó al país a fines del siglo XVIII, y en ella hubieron personajes de actuación destacada. Timoteo Maradona fue gobernador de San Juan y, posteriormente, obispo de Cuyo. Otro miembro de la familia donó una parte importante de su fortuna a San Martín para posibilitar el cruce de los Andes. El verdadero apellido era Fernández de Maradona, pero el obispo dejó de lado el castizo Fernández y quedó solamente el de Maradona, que perduró en el tiempo.

Esteban mostró siempre una extraordinaria versatilidad. Trabajó en la construcción, realizó tareas agrícolas y ganaderas, incursionó en política militando en el partido Unitario Rivadaviano, de efímera existencia. Estuvo empleado en el observatorio meteorológico del Ministerio de Agricultura y ensayó el periodismo. Comenzó a estudiar medicina en Buenos Aires y concluyó su carrera en 1928. Efectuó copiosa práctica en los hospitales de Bosch, Rivadavia, Muñiz y Casa Cuna, y posteriormente, comenzó la actividad privada instalando, su consultorio. Por razones de los cambios políticos imperantes después de la revolución de Uriburu, viajó a Formosa donde instaló un modesto centro médico.

En 1932, al estallar la guerra del Chaco (Paraguay - Bolivia), ofreció sus servicios a Paraguay, curando a los soldados de ambos bandos con idéntica diligencia. Se distinguió en el campo de batalla, redactó el reglamento de la Sanidad Militar del Paraguay y creó y dirigió el Hospital Naval de Asunción. Donó todos los sueldos que le correspondían por su jerarquía de oficial, a los soldados paraguayos con heridas que afectaban su posterior desempeño en la vida civil.

Durante la contienda, su novia paraguaya, Aurora Evalí, enfermó de tifoidea. Dejó el frente de batalla y partió para curarla, pero cuando llegó a destino, había fallecido. Luego diría: “sufrí mucho entonces. Me habría casado con ella, pero desde entonces me mantuve soltero toda la vida.”

Concluido el conflicto bélico, y a pesar de las insistencias del gobierno paraguayo para que permaneciera en su puesto, por los excelentes servicios profesionales que había prestado, se trasladó a la población de Clorinda, atendiendo enfermos. Pero no fue la única actividad que desarrolló. Exploró los ríos PiIcomayo y Bermejo, los montes del Chaco, Formosa y Salta. Estudió etnografía y las parcialidades indígenas, la fauna, la flora y el clima de estas regiones. También recorrió la isla del Cerrito comportándose como un auténtico naturalista, a la manera de Félix de Azara, Bompland y Humbold.

Decidió viajar a Buenos Aires para visitar a su madre, ya entrada en años. Pero, previamente, decidió pasar por Tucumán donde su hermano era el intendente. Para ello, viajo en el ferrocarril que une a Formosa con Salta. Al llegar a la población de Guaycurú, actualmente Estanislao del Campo, el tren se detuvo para reabastecer de agua a la locomotora. “Aquel lugar -recuerda Maradona melancólico era todo monte con aborígenes. No se cómo se enteraron que yo era médico y me pidieron que atendiera a una pobre muchacha parturienta, que no podía tener a su criatura en medio del monte y corría gran riesgo de perder su vida, sin médico, farmacia o cualquier otro auxilio. De manera que me arremangué y marché a atenderla. Se llamaba Mercedes, y pude salvarla a ella ya su hija, que se casó en Tucumán”. Cuando terminó su atención médica, el tren ya había partido y aparecieron los enfermos. Esto ocurría en 1935, y allí se quedó para siempre, desafiando los rigores climáticos y asumiendo una pobreza franciscana.

El doctor Maradona permaneció 55 años en ese pueblo, situado a 249 kilómetros al oeste de Formosa. Vivió solo en una precaria choza de barro de dos ambientes, sin luz eléctrica ni agua de red. Nunca cobró las consultas y distribuía gratuitamente muestras de medicamentos. Se levantaba al amanecer y se acostaba con el crepúsculo. En pago de honorarios le llevaban fruta, panes de mandioca gallinas o pescados.

Su perseverancia singular lo llevó a concretar proyectos difícíles. Atendió el leprosario de Ytapirí en medio de la selva, conmovido por el mal de Hansen. Emprendió campañas contra la tuberculosis y afecciones venéreas. Determinó pautas para prevenir la enfermedad de Chagas.

Maradona llevó la medicina asistencial a su máxjmo nivel de humanitarismo. Sin disponer de la excelencia tecnológica actual, resolvió con ingenio y sabiduría los problemas de las enfermedades regionales. La suya fue una odisea de buen samaritano, de buen pastor, protegiendo siempre la integridad de su rebaño, sacrificando su bienestar personal para  fines loables. Muy lejos de la civilización, cumplió un plan para auxilio de los desvalidos, sustentando en su bonhomía y talento. Maradona trabajó sin radiología, ecografías ni tomografía computada, careciendo habitualmente de los remedios adecuados.

Maradona escribió mucho, pero por razones económicas no publicó su extensa producción, en la que sobresalen: “Avifauna americana”, “Dendrología o estudio de los árboles”, “El problema de la lepra en Argentina y Paraguay”, “Historia cronológica de los obreros de ciencias naturales, de botánica y ecología americana del siglo XV al siglo XX”, una traducción de voces indígenas al castellano que pone en evidencia su enorme versación filológica. En su libro “A través de la selva”, expone crudamente los problemas del indio, su forma de vida, juegos, angustias y muerte, conteniendo igualmente una descripción de la fauna y de la flora del Chaco argentino, ilustrando con dibujos de óptima calidad los árboles, flores y animales, pues era un artista consumado.

En 1976, en el diario “La Prensa”, Osvaldo Loudet, comparó a Maradona con Albert Schweitzer, acotando: “Los dos se alejaron del hombre civilizado para acercarse al hombre primitivo, enfermo, sufriente y olvidado. Los dos comprendieron y sintieron la soledad y el dolor del prójimo, sin ninguna culpa y sin ningún consuelo. El médico de Lambarene y el médico de Formosa, se olvidaron de sí mismos para salvar a los demás. El primero fue conocido universalmente y se le otorgó el premio Nobel con justicia. El segundo es un desconocido universal y sólo es recordado en las aldeas humildes que tanto amó, curó y salvó. El gesto más admirable de su vida fue dejar el ejercicio de su profesión en una orbe poderosa y rica para luchar en un medio inhóspito y desierto. Hay renuncias heroicas y memorables, como esta, de abdicar de la comodidad, de la quietud y del éxito fácil, para sustituirlo por la lucha ardua, el sufrimiento compartido, la esperanza renovada, la gloria íntima y silenciosa. Maradona en su quijotesca empresa en la selva llevó alivio a muchos indigentes. Era un místico, peor un místico en acción. Se lo llamó misionero laico y salvador de vidas. Los indígenas lo bautizaron piognack, es decir, doctor Dios y muchos creyeron que era un taumaturgo.”

El indigenismo de Maradona se alejó de la demagogia y de beneficios personales. Actuó con riesgo de caer en desgracia ante los caciques tribales, que se sintieron menoscabados por el accionar de ese hombre blanco, mezclado entre tobas, pilagás, matacos y chiriguanos, de quienes aprendió la lengua vernácula, enseñándoles a su vez el castellano, a fabricar ladrillos de barro para construir viviendas y técnicas para el cultivo de vegetales y horticultura para cambiarles sus hábitos alimentarios.

Repetimos ahora las palabras del doctor Maradona: “Me introduje en la espesura agreste de los montes y allí espantado, choqué con el indio agresivo, hambriento, semidesnudo, con el rostro marcado con tatuajes y mutilado en las orejas y el mentón. Esa realidad hizo que quebrara la trayectoria soñada de mi suerte y me propuse entonces elevar su condición de eternos parias, con tacto y con dulzura, tratándolos en su salud y exigiéndoles que estudiaran en una escuelita que fundé en la colonia Juan Bautista Alberdi”. Años después podía decir con satisfacción: “Mucho ha cambiado el indio. Ahora se viste, trabaja, se instruye, habla el castellano, anda en bicicleta, maneja camiones, mejora en su salud, trocó el toldo deleznable, por la vivienda de material, hace ladrillos, siembra algodón y fabrica carbón.”

Recién en sus años postreros, Maradona fue conocido en algunos de sus méritos, como así también sus sacrificios y privaciones. La ONU le concedió la Estrella de Medicina de la Paz; lo nombraron doctor Honoris Causa de la Universidad de Rosario; fue condecorado por el Estado Mayor del Ejército Argentino; obtuvo el Tumi de Oro otorgado por el gobierno de Perú; recibió el premio Hipócrates de la Academia Nacional de Medicina y el Premio Masónico de la Paz; la Asociación Médica Argentina y la Revista de Infectología, le asignaron el premio Médico Rural Argentino, dotado con 10 millones de pesos que inmediatamente donó para becas de estudios destinadas a los indígenas. Tal era su desapego por los bienes materiales que reafirmaba su irreversible inclinación a la filantropía.

La Cámara de Senadores de la Nación y la Cámara de Diputados, solicitaron al Poder Ejecutivo nacional que realizara las gestiones para que se le otorgara el premio Nobel de la Paz. En el mismo sentido elevaron sendas solicitudes los gobiernos de las provincias de Santa Fe y Formosa, y la municipalidad de Rosario.

Lamentablemente, y sin que tengamos respuestas, el Poder Ejecutivo nacional no realizó ningún trámite ante Estocolmo.

Ese premio Nobel de la paz nunca llegó, a pesar de sus sobrados merecimientos que hubieran llenado de orgullo al país, como ocurrió años más tarde con la Madre Teresa de Calcuta.

Ya nonagenario, y cuando sus fuerzas se agotaron, fue trasladado en una ambulancia a la ciudad de Rosario, donde fue atendido por sus familiares (sobrino nieto y familia). El viejo doctor estaba exhausto y agotado por la intensa lucha sostenida en su prolongada existencia, pero gozando de una claridad intelectual envidiable.

La vanidad no fue patrimonio de Maradona y la humildad le resultó una herramienta que hoy no tiene predicamento. A no dudar, ha sido uno de los ejemplos más notables de patriotismo, sacrificio y desinterés que ha dado la Argentina en el presente siglo.

Los argentinos que conocen su trayectoria están convencidos de que el doctor Maradona es el héroe cívico más importante de la Argentina en el siglo XX, como lo fue el perito Francisco Pascasio Moreno en el siglo XIX.

Este gran hombre, si bien no vivió en la provincia de Buenos Aires, debe ser un ejemplo de argentinidad por su dedicación incondicional a la medicina con un fin solidario basado en la ética, el esfuerzo y el estudio permanente, y los bonaerenses debemos tener presente personas con este valor humano tan fundamental para poder llegar a ser hombres de bien.

Por lo antes expuesto, solicito a los señores diputados que aprueben el presente proyecto.